Mi resumen del libro "Breve historia de Occidente", de José Ramón Ayllón
- Prof. Enrique de Mestral
- 8 jun
- 6 Min. de lectura
por Enrique de Mestral
Introducción
A lo largo de los siglos, Occidente ha construido una civilización única, sostenida sobre fundamentos como la razón griega, el derecho romano, la espiritualidad cristiana y el impulso científico. En Breve Historia de Occidente, el autor José Ramón Ayllón ofrece un recorrido ágil y profundo por los hitos que han marcado nuestra cultura.
El resumen que presento a continuación ha sido redactado por mí con el objetivo de condensar las principales ideas del libro y facilitar su comprensión. No pretende sustituir la lectura de la obra original, sino servir como una guía para quienes deseen acercarse, de forma clara y ordenada, a los acontecimientos y pensamientos que han dado forma al mundo occidental. Un punto de partida para reflexionar sobre nuestras raíces y el rumbo de nuestra civilización.
Occidente nace cuando la Grecia clásica descubre el uso de la razón, es decir, la explicación racional de las cosas. A partir de ahí, desarrolla la ética (el arte de obrar bien), la estética (reflexión sobre la belleza), y la política desde Pericles (el arte de hacer posible una vida justa mediante la gestión pacífica de los conflictos y relaciones de fuerza). La literatura se inicia con Homero en el siglo VIII a.C. y se desarrolla sobre todo con Platón y Aristóteles. La tragedia griega describe acciones humanas completas, nobles, dignas y grandiosas. Este desarrollo cultural dignifica al ser humano, amplía su libertad y responde a sus aspiraciones más profundas.
La libertad implica el riesgo de elegir entre una conducta buena o indigna. Los tutores de la buena conducta deben ser las virtudes: prudencia, fortaleza, templanza y justicia.
La filosofía configura y modela el espíritu, ordena la vida, orienta las acciones privadas y públicas, y señala lo que se debe hacer u omitir. Su dimensión práctica es la formación de la conducta.
Aunque los hombres siempre han compartido una naturaleza común, que los incita al bien y a evitar el mal, nuestra naturaleza humana también es fuente de obligaciones y criterio moral. Esta conducta será juzgada por Dios. Las leyes naturales se cumplen en el ser humano de forma libre y responsable. Más adelante se comprenderá que la ley natural otorga legitimidad a las leyes humanas.
A esta herencia griega se suma un segundo pilar de Occidente: la unidad política y jurídica de Roma. El Derecho es la gran creación cultural de Roma, que delimita con sabiduría las fronteras entre lo propio y lo ajeno, haciendo posible el concepto de persona. Roma cae por la disolución de la familia, la caída de la natalidad, el hedonismo y las epidemias. Más adelante, el cristianismo dotará al concepto de persona de una enorme riqueza.
Tras la caída de Roma, es la Cristiandad la que logra que el nuevo entramado político se reconozca a sí mismo. Este sistema perdurará durante diez siglos. El cristianismo modifica el estatus de la mujer romana y suprime la esclavitud.
Dios no es una religión, pero la religión es la expresión más profunda de nuestra concepción de Dios. El Dios que modeló las estrellas se convierte en un niño en una cuna. Ese hombre, en quien coinciden sin mediación los nombres de “Dios” y “Jesucristo”, parte la historia en dos. Su encarnación tiene tras de sí más de dos mil años de profecías. A diferencia de los fundadores de otras religiones (como Buda, Confucio o Mahoma), cuya aparición es espontánea, el cristianismo es una doctrina centrada en el sufrimiento del que nadie se libra, aunque esté mal repartido, y propone una promesa de redención y salvación.
En la Edad Media, la unión entre lo civil y lo religioso era tan íntima que las desviaciones teológicas adquirían gran relevancia. Esto permite entender el contexto de la Inquisición. También en esta época nacen las universidades, donde confluyen la filosofía griega y el cristianismo.
Al final de la Edad Media, Colón atraviesa el Atlántico y descubre América. Vasco da Gama bordea África y abre otra vía hacia Oriente. Magallanes descubre el Pacífico por el sur y Núñez de Balboa lo alcanza a pie atravesando Panamá. España y Portugal, en tres siglos, elevan al continente americano del Neolítico al Renacimiento.
La Edad Moderna comienza con la caída de Constantinopla en 1453 y el descubrimiento de América en 1492. Surgen los estados-nación, el paso del feudalismo al capitalismo y transformaciones culturales, intelectuales y científicas.
La revolución científica
La ciencia, entendida como el conocimiento racional y sistemático de la realidad física a través de las causas, se basa en el método y en la demostración experimental. Su dimensión práctica es la técnica. Galileo abandona las esencias metafísicas para centrarse en propiedades cuantificables. Newton descubre la ley de la gravedad. Darwin describe la evolución de las especies. El evolucionismo ideológico sustituye a Dios por el azar. Ya Aristóteles decía que el azar es una etiqueta para nuestra ignorancia: todo programa supone un programador; todo efecto, una causa. La ciencia, como conocimiento por causas, no admite al azar como explicación.
Einstein se maravilla de que la matemática, producto del pensamiento humano, se ajuste tan perfectamente a la realidad física.
La revolución industrial
Hacia 1800 surgen la máquina de vapor, el ferrocarril, la combustión del petróleo, el motor eléctrico, el hormigón armado, los plásticos, la telefonía, la radio, la navegación a motor y el alumbrado público.
La civilización industrial nace en las democracias liberales de Europa y América. De allí surge el capitalismo. Aparece Hegel y luego Marx: “El trabajo produce maravillas para los ricos, pero en el trabajador produce despojo”. El obrero gana menos de lo que vale su trabajo. Nacen el socialismo y el comunismo. León XIII, en 1891, escribe la encíclica Rerum Novarum sobre la cuestión obrera. Le seguirán la Doctrina social de la Iglesia, Pablo VI dictará la Encíclica Populorum Progressio en 1967 y Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis en 1987.
La Ilustración francesa y sus consecuencias
La Ilustración francesa (siglo XVIII) exalta la razón y el conocimiento, critica el absolutismo y defiende la libertad y los derechos naturales. Pero para avanzar, debía eliminar un obstáculo: el cristianismo. De ella derivan el positivismo, el nacionalismo, el liberalismo, el comunismo marxista, el evolucionismo radical, el ecologismo, el psicoanálisis y la revolución sexual.
La Revolución Francesa, impulsada por Rousseau, Voltaire, Diderot y la masonería, proclama la igualdad ante la ley, suprime estamentos y privilegios, y afirma la soberanía popular. Pero también impone una dictadura criminal. En apenas 10 años, entre guillotinas y prisiones, mueren unas 50 mil personas. La tiranía democrática termina con la llegada de Napoleón, derrotado finalmente en Waterloo (1815).
En 1789 nace el mundo contemporáneo, con transformaciones políticas, culturales y sociales, y con la consolidación de ideologías en los siglos XIX y XX. Se inicia lo que muchos consideran un asalto a Occidente.
Postmodernidad e ideologías
La era postmoderna cuestiona las bases de la modernidad, relativiza la verdad y valora la subjetividad, el lenguaje y la cultura. Sus consignas son claras: la verdad es lo que dice la ciencia; el bien es lo que hace la mayoría; lo justo es lo que dicta el legislador.
Los nuevos dioses son la igualdad, la libertad, la fraternidad, la revolución, la razón, el progreso, el pueblo, la nación, el ecologismo, el antinatalismo, la libertad sexual y el transhumanismo. La ciencia es sobrevalorada, aunque está lejos de agotar la verdad, y no puede responder al sentido de la vida.
El comunismo marxista, tras la caída del muro de Berlín, reemplaza la lucha de clases por la lucha entre sexos y orientaciones sexuales, siempre con el objetivo de demoler la cultura occidental.
Nietzsche predica el nihilismo. Freud sostiene que el deber moral no proviene de Dios y propone liberar al hombre de la culpa. Introduce conceptos como el inconsciente, el ego y el superyó, el complejo de Edipo y la sublimación. Ambos inspiran la revolución sexual del siglo XX, y son el trasfondo de las protestas estudiantiles de 1968 en París.
Las ideologías del siglo XX comparten una promesa utópica, una necesidad de revolución para alcanzarla, y una visión materialista, con frecuencia anticristiana. Pretenden convertir en derechos prácticas antes penalizadas: eutanasia, suicidio asistido, contracepción, aborto, esterilización, cambio de sexo, vientres de alquiler.
Sin un autor de la naturaleza humana, el hombre se convierte en pura libertad: todo acto es válido si es querido libremente y pertenece al ámbito privado.
La píldora anticonceptiva, al disociar sexo y reproducción desde 1960, impulsó la llamada liberación sexual, facilitó el divorcio, el aborto, la infidelidad y descargó en la mujer toda la responsabilidad en caso de embarazo.
En el siglo XXI, la ideología de género reconfigura los valores y socava las raíces culturales de Occidente.

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