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La idea del hijo

Actualizado: 25 abr 2023

Trabajo desarrollado para el Bienio Propedéutico de Filosofía que estoy realizando en línea en la ULIA (Universidad Libre de las Américas).



1. ¿Cuáles son las características del hijo en nuestras raíces culturales?


Nuestra realidad radical de hijos de doble dimensión, natural por lo biológico y sobrenatural por la adopción divina, siendo esto un misterio profundo que viene de Dios. Si se niega al hijo, se niega también las posibilidades de ser esposo, padre, abuelo; así mismo se niega el matrimonio y la misma continuidad de lo humano. Existe el deseo natural de conocer a sus padres biológicos y al Sobrenatural (“que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”, Evangelista Juan 1,9).


La realidad del hijo es fundante y primigenia. El propósito de formar una familia no se entiende sin el deseo común del hijo. Una cosa es la pareja y otra bien distinta una familia. De la paternidad y la maternidad no se espera el rechazo, sino la acogida gratuita y amorosa del cónyuge y de los hijos.


Esta filiación es fruto de la diacronía intergeneracional y su rasgo fundamental es ser para con y para los demás. Como imagen que el ser humano posee de Dios, le permite ser un sujeto social más que individual. Un sujeto humano no sólo es, sino que coexiste diacrónicamente.


Una religión es verdaderamente personal cuando ella se instaura entre el hombre y Dios.


Como comentario nada más, la clásica expresión de que “hombre es todo nacido de mujer” podría cuestionarse tal vez ya en este siglo, al conseguirse una incubación artificial, fuera del cuerpo de la mujer. Hoy es aún quimera pero como perversión, es posible.



2. ¿Cuál es la principal aportación del magisterio del papa Francisco a la idea del hijo?


Habla de la figura concreta de la filiación. La condición de hijo es sustantiva para todos los hombres y mujeres y desde ella se aprende o se forja la posibilidad de paternidad del futuro.


La familia atraviesa una crisis cultural profunda. Las jornadas laborales son largas más sus tiempos de desplazamiento. Esto no ayuda a los miembros de la familia a encontrarse entre ellos y con los hijos, a fin de alimentar cotidianamente sus relaciones. Llegan a sus hogares cansados y sin ganas de conversar, habiendo gran variedad de posibilidades de distracción sobre todo la televisión y, más aún, el Internet con las redes sociales. En la mayoría de los casos ni comen juntos. Todo esto dificulta la transmisión de la fe de padres a hijos.


En la sociedad occidental prima el consumismo, el individualismo y hay un desapego hacia un posible compromiso afectivo. La gente se casa menos. Hay más divorcios. La posibilidad del aborto siempre acecha como solución de un problema, donde al inocente se le aplica pena de muerte. La tasa de natalidad en los países desarrollados disminuye portentosamente al punto de que ya no reponen su población y las culturas europeas van adoptando y siendo invadidas por otras con la inmigración. Se renuncia a un nuevo vástago por mantener mayor libertad y más comodidad.


Los padres han de educar a sus hijos y ofrecerles la posibilidad de que puedan salir de sus hogares y formar los propios. No es bueno que los hijos permanezcan en la casa paterna más del tiempo necesario. Estos permanecen por problemas económicos o por comodidad.


La pantalla es la única que se introduce sin permiso en el sagrado interior del hogar todas las horas del día y sin la más mínima crítica. A ningún extraño le permitiremos tantas horas de influencia acrítica con nuestros hijos (Aznar J. RIBET Vol. XVI • N 31, julio-diciembre 2020).


Los hijos presencian el fracaso afectivo y las rupturas de sus progenitores, y temen repetir el mismo error que les llevaría a otra frustración. Muchos son los hijos que suelen quedarse en los estadios primarios de la vida emocional y sexual.


Con el fenómeno de la migración, los países de origen pierden a sus hijos y el futuro que en ellos se encarna. La partida de uno de los progenitores deja a los hijos del país de origen con un desarrollo afectivo amputado.


La convivencia diacrónica (abuelos, padres, hijos) constituye un eslabón decisivo en la relación entre generaciones. Los educadores tienen que tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona.


Los padres han de educar a sus hijos y ofrecerles la posibilidad de que puedan salir de sus hogares y formar los propios.
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